Eternamente Yolanda
Cuando yo tenía 10 años, mi mamá y mi padrastro trabajaban todo el día y de noche estudiaban en la universidad. Mi hermana y yo los veíamos poco. Así que quien nos cuidaba y se preocupaba de que no nos rompiéramos narices ni hiciéramos demasiados desastres era la empleada doméstica, “la nana”, como las nombran en algunas casas, indistintamente de si la señora sólo limpia, cocina, o se encarga exclusivamente de cuidar a las crías o todas las tareas anteriores, más el perro.
Mi nana en esa época fue todo para mí, todo lo que yo tenía o por lo menos así la sentía:
Yolanda.
Ella era alta, trigueña, de pelo muy negro. Tenía cuerpo de botella y los brazos y las caderas anchas y acolchonadas. Lo recuerdo muy bien, porque cada vez que yo llegaba de la escuela corría a abrazarla y ella me envolvía toda y me sentía tan protegida y segura. Yo sentía que ella mi único refugio. Le contaba todo, todo. Y ella nunca me criticaba o me cuestionaba. Yo sentía que era la única que me entendía y escuchaba realmente. Todo lo que yo hacía le parecía genial. Le encantaba que yo le cantara “Yolanda” de Pablo Milanés.
Yolanda tenía 3 hijos, pero eran todos algo mayores que yo y ella me decía que yo le hacía pensar en ellos. Los extrañaba mucho, siempre me mostraba sus fotos, me contaban todo lo que hacían y me leía las cartas que le mandaban desde su pueblo.
Ella era de Guanacaste, una zona campesina al norte de Costa Rica, cerca de la frontera con Nicaragua. En esa época no era fácil ir y venir desde allá, así que no siempre los podía visitar cuando tenía días libres.
Mientras Yolanda lavaba la ropa o barría, me hablaba de su pueblo y de la finca donde vivía, de su familia y del bosque, del río que cruzaba el pueblo. A mi me parecía el lugar más mágico de la Tierra y ella me prometía que me iba a llevar un día.
Durante unas vacaciones escolares, mi mamá me dio permiso de ir al pueblo de Yolanda. Salimos a las 4 de la mañana al terminal de buses (ya en esa época me quería morir con la levantada madrugadora). Tomamos un bus grande hacia el norte. Luego cambiamos de bus a otro más pequeño. Los buses se iban achicando en cada pueblo.
Yolanda vivía a las afueras de Guanacaste, en un poblado aledaño. Para acercarnos, nos esperaba su primo en un camión enorme. Yo no podía creer mi gran suerte. Fue maravilloso tocar la bocina del camión y que retumbara todo. Además, el primo camionero de Yolanda tenía una caja de huevitos de codorniz y yo jamás había visto huevos que no fueran de gallina.
Cuando llegamos al poblado de Yolanda, todos los niños del lugar corrieron alegres a recibirme, todos ya sabían mi nombre, habían visto fotos que Yolanda les enviaba y prácticamente me secuestraron. Me enseñaron a subirme a los árboles, escalamos todos los cerros, seguíamos las huellas de los animales y nos bañamos en el río. A eso me dediqué, básicamente, toda la semana que estuve en la casa de Yolanda.
Una noche me llevaron al templo evangélico del pueblo. Era la primera vez que yo iba a una de estos servicios religiosos. El pastor gritaba y se retorcía y la gente cerraba los ojos y rezaba en voz alta con los brazos levantados, algunos se desmayaban. Yo también hice como que me desmayaba.
La semana acabó y teníamos que volver a la ciudad. Yo debía viajar en avión a Panamá a visitar a mi papá. Me costó mucho despedirme de todos en Guanacaste y prometí volver para mis próximas vacaciones.
Antes de partir al aeropuerto, Yolanda y yo nos despedimos con lágrimas y abrazos, llorábamos como si no nos fuéramos a ver nunca más. Le dije que le escribiría todos los días (lo hice) y que le traería un regalo (le compré una pulsera que decía “Panamá”). Ella nunca me escribió de vuelta y, cuando regresé del viaje, Yolanda ya no estaba, ni sus cosas. Ni su olor. Yolanda ya no trabajaba en mi hogar.
Siempre que veo una Guaria Morada, la flor nacional de Costa Rica, me acuerdo de ella porque le encantaban. Al lado de las fotos de sus hijos siempre ponía una foto de alguna de esas flores. Quizá todavía tiene una foto mía con la de una Guaria al lado.
1 comentario.
La historia de aquellos cuyos padres trabajaban hasta tarde y el recuerdo de esa mujer que te da amor incondicionalmente…. Me encantó tu historia.